El resurreccionista

Llevaba tiempo queriendo leer este libro del que había leído la sinopsis y me había llamado mucho la atención. El verano pasado durante una visita al Restaurante «El Refugio» de Valencia, mi preferido, sus propietarios, Paco y Rocío, me regalaron el libro y la posibilidad de conocer al autor que casualmente iba a cenar esa misma noche allí. Un acontecimiento totalmente inesperado y feliz puso en mis manos un libro que me ha sobrecogido y encantado a partes iguales.

La historia transcurre en la Inglaterra del siglo XIX, capital del Gran Imperio Británico, cuna de la Revolución Industrial, de las grandes teorías, inventos y tecnologías que cambiarían el mundo para siempre. Pero donde el avance a toda costa ocultaba la miseria, la esclavitud y la explotación en la que se basaba. Gran Bretaña asombraba al mundo con sus descubrimientos mientras sus calles llenas de niños hambrientos y mujeres y hombres con vidas miserables quedarían para siempre en las historias de grandes literatos que como Dickens no pudieron evitar reflejar el contraste tan grande de la sociedad.

En las facultades de medicina de Londres se daban pasos agigantados en la comprensión del funcionamiento del cuerpo humano, pero las clases de anatomía necesitaban cuerpos reales sobre los que practicar y de los que aprender. El problema de la creciente necesidad de abastecer a un número cada vez mayor de estudiantes y de investigadores de cuerpos humanos dio lugar a un grupo de delincuentes sin escrúpulos que se dedicaban el lucrativo negocio de la venta de cadáveres recién enterrados.

Estos resurreccionistas, como eran llamados, eran la peor escoria de la sociedad, despreciados entre los despreciables, se dedicaban a vigilar a moribundos en los hospitales para reclamar sus cadáveres, a vigilar cementerios y a desenterrar a los muertos para venderlos a los poco escrupulosos profesores universitarios que pagaban muy bien por cuerpos frescos sin mirar de dónde ni cómo se habían obtenido.

A este Londres, un par de jóvenes amigos enrolados en la marina británica y sobrevivientes de la batalla de Argel, llegan con toda la ilusión esperando ser recibidos como héroes y disfrutar de un merecido descanso. Lo que encuentran al llegar marcará toda su vida para siempre, el dolor, la miseria, la muerte, les hará embarcarse de nuevo en busca de aventuras y de una vida con más color y alegría que el eterno y triste gris londinense.

Pronto descubren que la miseria y el dolor no son exclusivos de Gran Bretaña, si no más bien del ser humano. En lo más profundo de la selva africana, donde el motor de las grandes potencias del mundo obtiene su combustible en vidas humanas arrancadas y esclavizadas, conocen el horror más profundo y visceral y morirán para siempre su inocencia y su moralidad.

En el libro están representados personajes de toda la sociedad londinense, desde los resureccionistas que son lo más bajo, hasta prostitutas, sirvientes, esclavos, médicos o nobles. No son peores los que desentierran los cadáveres que los que los compran, los que los estudian, o los que lo consienten, aunque la sociedad descarga su mala conciencia achacando toda la miseria moral a los primeros.

La historia es apasionante y está muy bien enlazada, hay saltos temporales que van acercando a los personajes al clímax final y que van componiendo la historia poco a poco para poder entender cómo los traumas y las distintas vivencias convierten a cada uno en monstruo, víctima o en simplemente un superviviente. La tensión de algunas escenas y el horror que se siente es real y demuestra que no es necesario recrearse en lo escabroso para necesitar parar a coger aire antes de seguir leyendo.

En la dedicatoria que me puso Lucas Barrera en el libro decía que mi nombre era muy especial para la novela, pensaba que habría alguna protagonista que se llamara África pero no. África es el lugar donde el protagonista encuentra el terror más intenso, el odio más profundo y a la vez la capacidad de salir adelante a pesar de todo, es donde muere el niño y la inocencia y renace el hombre capaz de enfrentarse a todo y de hacer lo necesario para lograr su objetivo y poner a salvo a los suyos.

Un libro basado en personajes reales, históricamente muy correcto y que ha sido todo un placer leer y disfrutar. No pienso perderle la pista a Lucas Barrera.

Próximo libro «El día que se perdió la cordura» (Javier Castillo)

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