Metrópolis

Hacía mucho tiempo que no me comía las uñas, pero el agobio transmitido por esta historia me ha dejado marcas en algunos dedos.

Una pesadilla sin monstruos, una locura sin locos, una situación absurda que desemboca en una historia sin lógica alguna, hipnótica, de la que aunque crees que debe ser muy fácil, no encuentras la forma de salir.

Budai es un lingüista húngaro, conocedor de muchas lenguas y un tipo lógico y metódico que es invitado a participar en un congreso de lingüistas en Helsinki. Durante el viaje en avión se queda dormido y cuando despierta y baja al aeropuerto se ve inmerso en una marea humana que lo obliga a avanzar sin que pueda hacer nada por evitarlo. Cuando llega al hotel entrega su pasaporte en recepción y descubre que el recepcionista no habla su idioma, ni ninguno de los idiomas o variantes que él conozca. No puede hacerse entender y decide descansar en su habitación y arreglar el asunto a la mañana siguiente.

Una situación aparentemente absurda, un malentendido, se convierte en una pesadilla que no puede entender, ni le deja avanzar en ningún sentido. No solo el recepcionista, nadie en la ciudad donde está habla en ningún idioma conocido, la escritura también le es completamente extraña. Las calles de la ciudad están siempre atiborradas de gente, miles de personas con prisa, indiferentes a todo lo que les es ajeno, violentas cuando algo se les interpone en su camino, la marea humana le arrastra cuando sale a la calle, le obliga a avanzar continuamente sin poder evitarlo. Nadie le habla, nadie se para a escucharlo y no entiende nada de lo que dicen.

Al principio su mente científica y sus conocimientos sobre lenguas le hacen intentar analizar el idioma para hacerse entender, pero todos los avances que hace acaban en saco roto, ni siquiera puede transcribir fonéticamente lo que le dicen ya que cada vez suena distinto. Intenta por todos los medios encontrar una salida a la absurda situación en que se encuentra pero todo es inútil. Entabla amistad con una ascensorista del hotel y poco a poco empieza a aceptar su situación, a pesar de que sigue sin entender a nadie y nadie lo entiende, pero cuando parece que todo empieza a tener algo de sentido, todo se vuelve de repente caótico, todo salta por los aires y su vida deja ser la de un lingüista para formar parte del mismo caos de la ciudad, ya no necesita comunicarse porque donde está ya no hace falta. Durante la última parte del libro se da rienda suelta a la locura, la violencia y la rabia, para de repente frenar en seco dejándote con la lengua fuera y con una puerta de salida en forma de bola de papel.

Realmente he disfrutado mucho con esta lectura, incluso cuando no tenía el libro delante seguía pensando cómo podía salir ese hombre de la situación en qué se encontraba. Si lo piensas bien, una pesadilla construida con la cotidianidad de una ciudad abarrotada, donde todo el mundo va a su bola y la gente no se comunica no es algo que nos sea muy ajeno y, aunque evidentemente todo está muy exagerado, no deja de invitar a la reflexión.

metropolis

Próximo libro «Un jardín al norte» (Boris Izaguirre)

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