By me

Génesis

Lo primero que sintió fue sonido, pero casi sin haber tomado consciencia de lo que oía lo taladró el dolor. Un dolor intenso que lo recorrió de arriba abajo, todo su cuerpo era un lamento que le impedía sentir nada más. Intentó zafarse, retorcerse, alejarse, pero sus miembros no le respondían. Poco a poco, a medida que el nivel de dolor bajó o que se acostumbró a él fue reparando en el resto de sensaciones, estaba dentro de algo estrecho, se oía mucho ruido y había una luz que traspasaba sus párpados cerrados.

No sabía dónde estaba, la nave en la que viajaba había salido de la Tierra en una misión de exploración que debía durar décadas, toda la tripulación había sido hibernada.  Eso era todo lo que recordaba.

Había despertado en la órbita de un planeta extraño, la nave hecha trizas, sólo unos cuantos compartimentos estaban enteros, el resto de sus compañeros habían muerto no sabía cómo. Su cápsula estaba intacta, no tenía radio, ordenador, ni forma de comunicarse con nadie, tampoco tenía comida, el aire que quedaba en el compartimento donde se encontraba era lo único que lo mantenía con vida.

No tenía ni idea de qué le había pasado a la nave, suponía que había chocado con algo que el ordenador no había detectado. Tampoco sabía en qué zona de la galaxia se encontraba, no tenía mapas estelares ni conocía las constelaciones que el cielo de ese planeta le presentaba. Se encontraba más solo de lo que jamás nadie se había encontrado, en una soledad infinita, porque no sabía dónde estaba y no tenía forma de comunicárselo a nadie.

Al principio pensó que la muerte le llegaría rápido, no tendría que esperar a quedarse sin aire, la nave estaba atrapada en el campo gravitatorio del planeta, estaba cayendo, suponía que si no moría al entrar en la atmósfera, el  impacto lo mataría en unos segundos, no podía hacer nada para evitarlo así que se preparó para morir.

Pero la nave aguantó. También aguantó el impacto en lo que parecía un océano de agua normal y corriente. Para colmo la nave decidió flotar. Sólo le quedaron dos opciones, o morir en la nave cuando se quedara sin oxígeno, o salir al exterior y morir envenenado por una atmósfera extraña o un océano de lo que quiera que fuese.

Pasó días a la deriva sin decidirse por ninguna opción hasta que la nave quedó varada en una playa. Todo era tan parecido a la Tierra que se preguntó, no por primera vez, si habría vuelto atrás y se encontraba en el punto de inicio, pero el cielo de ese planeta tenía una configuración muy distinta a la que él recordaba y no había rastros de civilización por mar o aire.

De repente decidió salir, fuera el que fuera su destino nadie lo sabría, daba igual cómo o dónde muriera. Pero le parecía importante dejar un testimonio de que había estado allí, si en un futuro alguna nave humana llegaba al planeta sabría qué esperar, qué había pasado con su nave y su tripulación.

El aire era respirable, quizá demasiado oxígeno, las plantas extrañamente similares a las de la Tierra, los animales eran muy parecidos a los que recordaba. Por siniestro y rocambolesco que sonara, o estaba en una Tierra primitiva o la evolución había repetido el mismo camino en las misma condiciones.

Pronto descubrió que, a menos que se suicidara, su muerte no era inminente, la comida, el agua eran asimilables por su organismo. Los animales tenían la misma estructura de ADN y proteínas, todos los descubrimientos que hacía lo dejaban con una inquietante sensación de “déjà vu”.

Había encontrado una manada de homínidos, parecían sacados de esa fila de homos tan conocida que empieza en Lucy y acaba en el hombre moderno.  Pronto entabló amistad con ellos. Necesitaba comunicarse o acabaría volviéndose loco.

Poco a poco les enseñó un rudimentario lenguaje de signos, sobre todo a una pareja que parecía sentirse muy cómoda en su compañía, sentían mucha curiosidad hacia él y acudían con frecuencia al recinto que se había fabricado.

Los llamó Adán y Eva puesto que eran los primeros amigos que tenía en ese nuevo mundo, les enseñó a utilizar algunas herramientas, les confeccionaba ropas, para él era un entretenimiento, para ellos una evolución. Eran tan parecidos a él mismo que se imaginaba que incluso podrían tener descendencia común.

Fue un momento de locura, uno de esos días en los que se sentía tan ajeno, tan alejado de todo su mundo que habría hecho cualquier cosa. La pequeña hembra, Eva, había venido a verlo sola. Más tarde se justificó pensando que llevaba mucho tiempo sólo, que tenía necesidades…

Siguieron viniendo, aunque ella parecía asustada, no se acercaba a él ni se quedaba sola ni un momento. Al poco tiempo su estado se hizo evidente, no pensó que hubiera ninguna posibilidad, siendo como eran de especies diferentes, aun así esperó con ansia el resultado. El bebé era tan parecido a él que sintió repulsión, ¿qué había hecho? Su raza había destruido su mundo, esta comunidad tan pacífica, tan en comunión con la naturaleza no se merecía ser contaminada de esa manera.

Con el tiempo Eva volvió a quedar embarazada, esta vez su bebé era totalmente normal. Todos seguían viniendo a verlo, les gustaba que les enseñara trucos y utilizar herramientas.

A medida que iban creciendo, fue sintiendo más repulsión hacia su propio hijo que le resultaba totalmente inapropiado en ese entorno, mientras el otro pequeño era mucho más agradable a sus ojos.  Los había llamado Caín y Abel, le pareció que eran los nombres más apropiados.

El día que todo terminó Caín llevado por los celos y la envidia había golpeado a Abel hasta la muerte. Al descubrir el asesinato, ciego de ira, había disparado a Caín dejándole la cara marcada, “la marca de Caín”. Sólo entonces descubrió que había vuelto atrás en el tiempo, que él era el Dios de la Biblia. Todo volvía a empezar.